Escribiendo para este blog, quise retomar un artículo que escribí hace algunos años atrás y que creo resulta válido recordar aún en momentos de crisis familiares, en las que uno se enfrenta a separaciones o divorcios.
El artículo original dice así:
Si alguno conoce a algún psicólogo por ahí, podrá darse cuenta que muchas veces alegamos en contra de algunas personas, cadenas o mails con tono “psicológicos-espirituales”, pues desde nuestra perspectiva simplifican verdades (que nosotros creemos) mucho más complejas. Sin embargo, si se miran con detención, en ellas hay mucho de sabiduría popular que vale la pena rescatar.
Hace un tiempo, me encontré con la noticia acerca de un libro (“The Top Five Regrets of the Dying: A life transformed by the Early Departing” de Bronnie Ware), escrito por una persona que, tras sus años de experiencia en un centro de cuidados paliativos con enfermos terminales, habría resumido los arrepentimientos que estos enfermos tenían en relación a cómo habían vivido su vida. Personalmente, creo que esto, no sólo nos ayuda a comprender cómo podríamos sacar mayor provecho de nuestras vidas de adulto (y ser modelos dignos de ser seguidos por nuestros hijos), sino que brinda algunas luces de cómo se puede educar a los niños, para que puedan también ellos ir construyendo una vida más feliz.
Entonces, los cinco arrepentimientos más frecuentes de acuerdo a la autora, y reelaborados por mí para que calcen a la educación en la infancia, serían:
- “Me habría gustado tener el coraje de vivir mi vida siendo fiel a mí mismo, no a la vida que otros esperaban de mí.” Ayudar a los niños a descubrir, en las conversaciones con ellos, lo que desean, anhelan, sienten y creen mejor para ellos en diferentes situaciones que les toca enfrentar, alentándolos a explicitar sus opiniones y, sino existe riesgo vital en ello, incluso permitirles tomar decisiones en vez de querer imponer nuestro criterio como padres/adultos. Una de las peores consecuencias de educaciones autoritarias, en niños especialmente “obedientes”, es que terminan desconectándose de ellos mismos y necesitando seguir a otros hasta la adultez para sentirse seguros.
- “Me hubiera gustado no trabajar tan duro” (y por esto perderse momentos importantes en la vida de otros significativos). Para mí, esto ha implicado en mi trabajo con algunos papás, ayudarles a dar el lugar que corresponde al colegio y las exigencias en la vida de sus hijos. Nadie puede negar que es importante, pero este no se puede transformar en aquello que define su vida. A veces es importante flexibilizar algunas rutinas escolares, en pos de, por ejemplo, que puedan asistir al cumpleaños de sus amigos o familiares, asistir a paseos, campamentos o invitaciones importantes para ellos.
- “Me habría gustado tener el coraje de expresar mis emociones” (para evitar conflictos, privilegiando mantener la paz). Esto requiere, desde mi punto de vista, el enorme desafío de valorar la rabia como emoción. ¿Qué puede tener de bueno enojarnos?, ¿Para qué sirve?, son preguntas que frecuentemente comparto con familias y niños. Y muchas veces la respuesta es “Nada”. Pero la rabia es una emoción que permite darnos cuenta cuando nos hemos sentido heridos, pasados a llevar y que nos permite defendernos y realizar cambios necesarios para nuestro bienestar. En este sentido el problema no es la rabia, sino la forma en que aprendemos a expresarla.
- “Me hubiese gustado mantenerme en contacto con mis amigos”. Reforzar la importancia de las amistades, recordar e incentivar el invitar amigos e ir a sus casas, recordar sus cumpleaños y hacerles sentir queridos. Ayudarles a hacerse el tiempo, para cultivar estos vínculos que son relevantes para ellos.
- “Me habría gustado permitirme ser más feliz” (en vez de aferrarme a viejos hábitos por comodidad). Esto resume todo lo anterior. Una educación que enfatiza la conexión consigo mismo y la necesidad de ser crítico con otros y uno mismo para ser feliz, ayuda a cambiar aquello que nos hace daño.
Hoy, algunos años después, pienso que estas lecciones bien pueden aplicarse también en una crisis familiar que enfrenta a la familia a un proceso de separación o divorcio: La posibilidad que se da, a partir de ser lo suficientemente valiente para enfrentar el término de una pareja con inteligencia emocional en conjunto con los hijos, nos permite:
- Mostrarnos como un modelo de enfrentar los problemas y tomar decisiones que, por más dolorosas, resultan lo correcto para cuidarse a si mismos y a los otros de un futuro aún más infeliz.
- Una invitación a, desde el cambio en la rutina familiar, dedicar tiempo para pensar y trabajar en mi vida (que puedo haber descuidado mucho).
- Reconocer que estamos pasando por un período de pena y de rabia, y mostrar a los hijos lo bueno de dejarse contener y apoyar por nuestros amigos. Permitirles a ellos también expresar con nosotros y sus propios amigos su dolor.
Y estoy segura que a ustedes se les ocurrirán muchas más…